Jesús el Santificador: La Respuesta a la Cultura de la Vergüenza y la Prisa

Mensaje por: Eliud Morales

En un mundo que parece moverse cada vez más rápido, donde las redes sociales amplifican nuestras inseguridades y la presión por "ser más" nunca cesa, existe una verdad fundamental que a menudo pasamos por alto: todos seguimos a algún tipo de salvador. La pregunta no es si servimos a alguien o algo, sino a quién o qué estamos entregando nuestra devoción.

La búsqueda universal de transformación

Cada persona orienta su existencia alrededor de algo que considera supremo, algo que cree que le dará sentido, propósito y plenitud. Para algunos, es su carrera profesional, creyendo que el éxito y el reconocimiento llenarán ese vacío interior. Para otros, son las relaciones, convencidos de que el amor romántico o la aceptación social traerán la vida abundante que anhelan.

Los sistemas políticos se presentan como salvadores, prometiendo que el próximo cambio de gobierno traerá la utopía. La tecnología susurra que la próxima innovación resolverá todos nuestros problemas. La riqueza material promete seguridad y felicidad. Sin embargo, todos estos salvadores terrenales comparten dos herramientas comunes: la vergüenza y la prisa.

El ciclo de la vergüenza

Desde el Jardín del Edén, cuando Adán y Eva se escondieron de Dios, la humanidad ha estado atrapada en un ciclo destructivo: sentimos vergüenza, buscamos alivio, y frecuentemente recurrimos al juicio de otros como anestesia temporal para nuestro dolor. Es por esto que nuestra cultura actual está tan adicta a las malas noticias y al contenido negativo. Cada vez que participamos en este ciclo de juicio, estamos buscando una dosis de superioridad moral que temporalmente anestesie el dolor de nuestra propia vergüenza.

La tiranía de la prisa 

Los salvadores terrenales operan en la tiranía de lo urgente. Demandan respuestas inmediatas, crean crisis artificiales y mantienen a las personas en un estado constante de ansiedad. Como John Mark Comer sabiamente observa: "La prisa y el amor son incompatibles." Si esto es cierto, y Dios es amor, entonces la prisa y Dios son fundamentalmente incompatibles.

La diferencia de Jesús

En medio de este panorama de promesas efímeras, Jesús se presenta como un Salvador radicalmente diferente. Lo vemos claramente en Su encuentro con la mujer adúltera en Juan 8. Mientras los acusadores llegan con urgencia y vergüenza pública, Jesús responde con una calma deliberada, escribiendo en la tierra. Su respuesta no es de condenación sino de transformación: "Ni yo te condeno. Vete y no peques más."

La santificación que Jesús ofrece no es un programa apresurado de automejora, sino una transformación profunda que ocurre en el tiempo perfecto de Dios. No es un cambio superficial de circunstancias, sino una renovación completa de identidad.

El fruto eterno

Mientras los salvadores terrenales producen vergüenza y prisa, la obra santificadora de Jesús produce en nosotros el fruto del Espíritu:

  • Amor que nos libera de la necesidad de probarnos a nosotros mismos
  • Alegría que trasciende las circunstancias
  • Paz que reemplaza la prisa con descanso profundo
  • Paciencia que nos permite vivir en el tiempo de Dios
  • Gentileza y bondad que fluyen naturalmente
  • Fidelidad que nos ancla en las promesas eternas
  • Humildad que reemplaza nuestra necesidad de validación externa
  • Control propio que surge de la libertad, no de la restricción

Una invitación

La decisión que enfrentamos hoy es clara: ¿Continuaremos sometidos al yugo pesado de salvadores que solo pueden prometer cambios temporales? ¿O aceptaremos la invitación de Jesús a una transformación que, aunque toma toda una vida, produce fruto eterno?

La buena noticia es que Jesús sigue esperando, sigue invitando, sigue ofreciendo una santificación que no depende de nuestro rendimiento sino de Su fidelidad. En un mundo addicted a la vergüenza y la prisa, Él ofrece algo radicalmente diferente: una transformación profunda que fluye de la gracia y el amor.
Este mensaje fue compartido originalmente por pastor Eliud Morales en Iglesia Theopolis.