El Arte de Escuchar: Encontrando a Dios en el Silencio

¿Alguna vez te has preguntado por qué a veces nos resulta tan difícil escuchar la voz de Dios? En medio del ruido constante de nuestras vidas, entre notificaciones, reuniones y responsabilidades sin fin, la voz suave y apacible de Dios puede parecer casi imposible de distinguir. Sin embargo, lo hermoso es que Dios nunca ha dejado de hablarnos.

Me encanta la historia de Samuel en el templo. Aquí tenemos a un joven que literalmente vivía en la casa de Dios, y aun así, cuando Dios le habló directamente, no pudo reconocer Su voz. ¿Te suena familiar? Cuántas veces nosotros también, aun estando involucrados en el ministerio o la iglesia, podemos perder la capacidad de reconocer cuando Dios nos está hablando.

Hay algo fundamental que necesitamos entender: existe una diferencia crucial entre oír y escuchar. Oír es algo que sucede sin esfuerzo – el ruido del aire acondicionado, las conversaciones a nuestro alrededor, el tráfico en la calle. Pero escuchar, eso es algo completamente diferente. Escuchar requiere intención, requiere esfuerzo, requiere una decisión consciente de nuestra parte.

Cuando hablamos de escuchar a Dios, no estamos hablando de una técnica que dominar o una disciplina que perfeccionar. Estamos hablando de una invitación a una relación más profunda. Es Dios mismo quien toma la iniciativa, quien nos busca, quien insiste en relacionarse con nosotros. ¿No es eso asombroso? El Creador del universo está interesado en tener una relación profunda contigo.

Una de las herramientas más poderosas que tenemos para desarrollar este arte de escuchar es el silencio. Sé que para muchos de nosotros, la idea del silencio puede ser intimidante. En el silencio, todo lo que hemos estado suprimiendo tiende a surgir. Nuestras preocupaciones, nuestros miedos, nuestra lista interminable de pendientes – todo parece gritar más fuerte en el silencio.

Pero aquí está la clave: no necesitas comenzar con una hora de silencio contemplativo. Puedes empezar con solo un minuto. Un minuto de silencio intencional donde simplemente le dices a Dios: "Aquí estoy". Y cuando tu mente comience a divagar (porque lo hará), no te culpes. Simplemente regresa suavemente tu atención a la presencia de Dios.

Algo que me parece hermoso es que este viaje de aprender a escuchar a Dios no es uno que debamos hacer solos. Samuel necesitó la guía de Elí para reconocer la voz de Dios. De la misma manera, nosotros necesitamos una comunidad que nos ayude a discernir y reconocer la voz de Dios en nuestras vidas.

En Theopolis, una de nuestras prácticas más significativas es reunirnos alrededor de la mesa. No es solo compartir una comida; es crear un espacio sagrado donde Dios puede hablarnos a través de las historias y experiencias de nuestros hermanos y hermanas en la fe.

Quiero dejarte con un desafío personal: ¿Podrías comenzar mañana dedicando solo dos minutos de tu día al silencio intencional con Dios? No necesitas tener las palabras correctas. No necesitas "sentir" algo especial. Solo necesitas estar presente y disponible.
Recuerda, Dios está más interesado en relacionarse contigo que tú en relacionarte con Él. Él es el buen Pastor que conoce a sus ovejas por nombre, y sus ovejas reconocen su voz. Mientras más tiempo pases en Su presencia, más familiar se volverá Su voz.

Que podamos ser una comunidad que hace espacio para escuchar, que valora el silencio tanto como la palabra, y que aprende a reconocer la voz de Dios en medio del ruido de nuestras vidas cotidianas.

Hoy tienes la oportunidad de responder igual que el joven Samuel:
"Habla, Señor, que tu siervo escucha." - 1 Samuel 3:10