La Enfermedad de la Prisa: Cuando Corremos Más Rápido que Dios

Mensaje predicado por: Gabriela Martínez
¿Te has preguntado alguna vez por qué siempre sientes que el tiempo no te alcanza? ¿Por qué esa sensación constante de que deberías estar haciendo más, moviéndote más rápido, siendo más productivo?
Hace unos días me encontré contando cuántas personas había en cada fila del supermercado, calculando mentalmente cuántos artículos tenía cada carrito, tratando de adivinar cuál sería la fila más rápida. Y no solo eso—después de elegir, seguí vigilando la otra fila para confirmar si había tomado la decisión "correcta". ¿Te suena familiar?
Hace unos días me encontré contando cuántas personas había en cada fila del supermercado, calculando mentalmente cuántos artículos tenía cada carrito, tratando de adivinar cuál sería la fila más rápida. Y no solo eso—después de elegir, seguí vigilando la otra fila para confirmar si había tomado la decisión "correcta". ¿Te suena familiar?
La epidemia silenciosa de nuestro tiempo
En los años 50, el cardiólogo Meyer Friedman hizo un descubrimiento fascinante. El tapicero que reparaba las sillas de su sala de espera le comentó algo curioso: todas las sillas estaban desgastadas únicamente en los brazos y en la parte delantera. Sus pacientes no solo esperaban—esperaban con evidente impaciencia, sentándose al borde de la silla, levantándose constantemente.
Esta observación llevó a Friedman a acuñar el término "enfermedad de la prisa": un complejo emocional que se observa en personas agresivamente involucradas en una lucha incesante para lograr más y más en cada vez menos tiempo.
¿No te parece que estamos viviendo exactamente eso?
Esta observación llevó a Friedman a acuñar el término "enfermedad de la prisa": un complejo emocional que se observa en personas agresivamente involucradas en una lucha incesante para lograr más y más en cada vez menos tiempo.
¿No te parece que estamos viviendo exactamente eso?
Cuando la prisa se vuelve nuestra identidad
Vivimos en una época donde la prisa no solo es aceptada—es celebrada. Nos enorgullecemos de nuestras agendas llenas, de hacer varias cosas a la vez, de optimizar cada minuto del día. Pero, ¿qué costo tiene realmente esta manera de vivir?
La tecnología que debería facilitarnos la vida a menudo la complica más. Nuestros relojes nos recuerdan constantemente si vamos tarde, tenemos internet que nos da acceso inmediato a todo, y llevamos nuestros teléfonos como apéndices del cuerpo. Vivimos en sistemas donde el valor principal es la productividad, y sin darnos cuenta, hemos importado esa mentalidad incluso a nuestra vida espiritual.
Pero aquí está el problema: la Biblia no habla de productividad—habla de ser fructíferos. Y hay una diferencia abismal entre ambas.
La tecnología que debería facilitarnos la vida a menudo la complica más. Nuestros relojes nos recuerdan constantemente si vamos tarde, tenemos internet que nos da acceso inmediato a todo, y llevamos nuestros teléfonos como apéndices del cuerpo. Vivimos en sistemas donde el valor principal es la productividad, y sin darnos cuenta, hemos importado esa mentalidad incluso a nuestra vida espiritual.
Pero aquí está el problema: la Biblia no habla de productividad—habla de ser fructíferos. Y hay una diferencia abismal entre ambas.
¿Es toda prisa mala?
Antes de condenar completamente la prisa, necesitamos sabiduría bíblica. La Escritura nos muestra que hay momentos donde la urgencia es apropiada. Cuando Dios liberó a Israel de Egipto, les dijo: "Coman deprisa porque es la Pascua del Señor." En situaciones de emergencia, cuando hay vidas en riesgo, cuando Dios mismo nos llama a actuar con rapidez—la prisa es sabia y necesaria.
El problema surge cuando la prisa se convierte en nuestro ritmo default, cuando brota no de la sabiduría sino del temor, del ego, de nuestra necesidad de validación.
El problema surge cuando la prisa se convierte en nuestro ritmo default, cuando brota no de la sabiduría sino del temor, del ego, de nuestra necesidad de validación.
La pregunta que lo cambia todo
La pregunta crucial no es si corremos rápido, sino ¿qué hay debajo de nuestra prisa?
¿Es miedo a la insuficiencia? ¿Una necesidad crónica de tener el control? ¿Un deseo desesperado de probar nuestro valor? ¿O esa voz incansable que nos dice "tienes que hacer, tienes que hacer, tienes que hacer"?
Cuando nuestra prisa nace de estas motivaciones, no es solo un problema de agenda—es un problema del corazón. Es la manifestación de una vida vivida "en la carne", como diría Pablo. Es el resultado de tratar de sostener nuestra existencia con nuestras propias fuerzas, desde nuestros insuficientes recursos.
¿Es miedo a la insuficiencia? ¿Una necesidad crónica de tener el control? ¿Un deseo desesperado de probar nuestro valor? ¿O esa voz incansable que nos dice "tienes que hacer, tienes que hacer, tienes que hacer"?
Cuando nuestra prisa nace de estas motivaciones, no es solo un problema de agenda—es un problema del corazón. Es la manifestación de una vida vivida "en la carne", como diría Pablo. Es el resultado de tratar de sostener nuestra existencia con nuestras propias fuerzas, desde nuestros insuficientes recursos.
EL ritmo de Jesús
Lee los evangelios con calma (sí, tómate el tiempo para hacerlo despacio), y algo extraordinario se hace evidente: Jesús estuvo ocupado con la misión más importante del cosmos, pero nunca apurado.
Jesús se detuvo. Jesús guardó silencio. Jesús fue interruptible. Iba camino a hacer algo importante y paraba para atender a alguien más. Se tomaba su tiempo. Vivía con propósito y diligencia, pero nunca a costa del carácter del Reino.
¿Cómo lo logró?
Jesús se detuvo. Jesús guardó silencio. Jesús fue interruptible. Iba camino a hacer algo importante y paraba para atender a alguien más. Se tomaba su tiempo. Vivía con propósito y diligencia, pero nunca a costa del carácter del Reino.
¿Cómo lo logró?
La afirmación que lo cambia todo
Antes de que Jesús hiciera un solo milagro público, antes de predicar su primer sermón, antes de llamar a sus discípulos, escuchó la voz de su Padre diciéndole: "Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia."
Su identidad estaba segura. No tenía nada que probar, nada que validar. Su valor no dependía de su productividad sino del amor de su Padre.
Y aquí está la belleza del evangelio: lo que el Padre dijo de Jesús, por estar en Cristo, lo dice de nosotros.
Su identidad estaba segura. No tenía nada que probar, nada que validar. Su valor no dependía de su productividad sino del amor de su Padre.
Y aquí está la belleza del evangelio: lo que el Padre dijo de Jesús, por estar en Cristo, lo dice de nosotros.
De esclavos a hijos
En su primera carta, Juan nos invita a saborear esta realidad: "Miren con cuánto amor nos ama nuestro Padre que nos llama sus hijos. Y eso somos."
Esta transformación de identidad—de esclavo a hijo—es el antídoto más poderoso contra la prisa enfermiza. Los esclavos viven apurados porque su valor depende de su producción. Los hijos viven desde el descanso porque su valor está asegurado en el amor del Padre.
¿Recuerdas la historia del pueblo de Israel en Egipto? Habían sido reducidos a máquinas de hacer y trabajar. No conocían vacaciones, feriados, o fines de semana. Y cuando Dios los libera, una de las primeras cosas que les enseña es a guardar el sábado—a detenerse.
Imagínate lo radical que debió ser eso. Después de 400 años de prisa constante, Dios les dice: "Paren. Descansen. Recuerden que ya no son esclavos—son mi pueblo."
Esta transformación de identidad—de esclavo a hijo—es el antídoto más poderoso contra la prisa enfermiza. Los esclavos viven apurados porque su valor depende de su producción. Los hijos viven desde el descanso porque su valor está asegurado en el amor del Padre.
¿Recuerdas la historia del pueblo de Israel en Egipto? Habían sido reducidos a máquinas de hacer y trabajar. No conocían vacaciones, feriados, o fines de semana. Y cuando Dios los libera, una de las primeras cosas que les enseña es a guardar el sábado—a detenerse.
Imagínate lo radical que debió ser eso. Después de 400 años de prisa constante, Dios les dice: "Paren. Descansen. Recuerden que ya no son esclavos—son mi pueblo."
El desafío contracultural
Practicar el descanso en nuestra cultura es un acto profundamente contracultural. Es una declaración de que nuestro valor no depende de nuestra productividad. Es una manera práctica de recordar que somos hijos, no esclavos.
No se trata de volvernos pasivos o perezosos. Se trata de vivir sabiamente, guiados por el Espíritu, desde la paz de Dios en lugar del pánico de nuestras insuficiencias.
No se trata de volvernos pasivos o perezosos. Se trata de vivir sabiamente, guiados por el Espíritu, desde la paz de Dios en lugar del pánico de nuestras insuficiencias.
La invitación que sigue vigente
Jesús nos sigue invitando: "Vengan a mí todos los que están cargados y cansados, y yo los haré descansar." Podríamos añadir: "Vengan todos los que están en recuperación de la enfermedad de la prisa."
La pregunta es: ¿estás dispuesto a aceptar su invitación?
¿Estás dispuesto a detenerte lo suficiente para escuchar qué hay realmente debajo de tu prisa? ¿A permitir que el Espíritu afirme en tu corazón la verdad de que eres hijo amado del Padre? ¿A caminar al ritmo del Reino en lugar del ritmo del mundo?
La pregunta es: ¿estás dispuesto a aceptar su invitación?
¿Estás dispuesto a detenerte lo suficiente para escuchar qué hay realmente debajo de tu prisa? ¿A permitir que el Espíritu afirme en tu corazón la verdad de que eres hijo amado del Padre? ¿A caminar al ritmo del Reino en lugar del ritmo del mundo?
Una oración para el camino
Padre, examina nuestros corazones. Muéstranos lo que está debajo de nuestra prisa. Confronta nuestras mentiras con tu verdad. Recuérdanos que somos tus hijos amados, no esclavos de nuestras agendas. Ayúdanos a vivir desde tu paz, a caminar a tu ritmo. El mundo necesita ver otra manera de ser humano—una que se caracterice por tu gozo y tu paz. Úsanos para mostrar tu Reino. En el nombre de Jesús, amén.
La próxima vez que te encuentres corriendo de un lugar a otro, respirando aceleradamente, sintiendo que el tiempo no te alcanza, recuerda: tal vez no necesitas más tiempo. Tal vez necesitas recordar quién eres.
Eres hijo amado del Padre. Y eso somos.
La próxima vez que te encuentres corriendo de un lugar a otro, respirando aceleradamente, sintiendo que el tiempo no te alcanza, recuerda: tal vez no necesitas más tiempo. Tal vez necesitas recordar quién eres.
Eres hijo amado del Padre. Y eso somos.
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