Cuando la Agenda Perfecta No Basta: De la Productividad a la Fructificación

Basado en el mensaje predicado por Gabriela Martínez
Dios les bendiga, querida familia de Teópolis. Hoy quiero compartir con ustedes algo que me ha tomado años procesar y que espero pueda ser de bendición para aquellos que, como yo, han caído en la trampa de creer que su valor está en lo que producen.
Mi crisis de identidad en 2020
El 2019 fue devastador para nosotros. Como iglesia, veníamos arrastrando las secuelas del huracán María, adaptándonos a un pastor nuevo después de más de veinte años con el anterior, y ese año terminó con la noticia de que mi pastor se había quemado ministerialmente. Yo, como parte del equipo pastoral, me encontré en medio de un torbellino que parecía no tener fin.
Pero yo tenía un plan. Si el 2019 fue un desastre, el 2020 sería MI año. Me senté en mi computadora, abrí Canva, y diseñé la agenda más perfecta que habían visto mis ojos. Templates hermosos, Google Calendar con colores coordinados, y una determinación férrea de que esta vez sí tendría control sobre mi vida y ministerio.
Entonces llegó marzo de 2020. Una pandemia global.
De repente, esa agenda tan meticulosamente planificada no servía para nada. Kelvin podía ir a su trabajo porque era "esencial", pero Gabriela se quedó en casa con una agenda inútil, encerrada, escuchando una alarma que le recordaba todos los días "vuelve a tu casa" cuando ni siquiera había salido.
Pero yo tenía un plan. Si el 2019 fue un desastre, el 2020 sería MI año. Me senté en mi computadora, abrí Canva, y diseñé la agenda más perfecta que habían visto mis ojos. Templates hermosos, Google Calendar con colores coordinados, y una determinación férrea de que esta vez sí tendría control sobre mi vida y ministerio.
Entonces llegó marzo de 2020. Una pandemia global.
De repente, esa agenda tan meticulosamente planificada no servía para nada. Kelvin podía ir a su trabajo porque era "esencial", pero Gabriela se quedó en casa con una agenda inútil, encerrada, escuchando una alarma que le recordaba todos los días "vuelve a tu casa" cuando ni siquiera había salido.
El valor que me estaba dirigiendo
En medio de esa crisis, Dios me confrontó con una verdad incómoda: el valor de la productividad había infiltrado mi corazón más profundamente que el evangelio mismo. Yo era "Gabriela la productiva" y llevaba esa insignia con honor. Pero ¿qué pasa cuando Gabriela no puede hacer absolutamente nada?
La ansiedad que sentí durante esos meses fue abrumadora. Me di cuenta de que había estado nutriéndome de contenido que apelaba a mi necesidad de control: videos de YouTube sobre eficiencia, estrategias para "controlar tu día", consejos para levantarse a las 5 de la mañana. Todo eso se volvió irrelevante cuando me enfrenté a una situación que excedía completamente mi capacidad de manejarla.
La ansiedad que sentí durante esos meses fue abrumadora. Me di cuenta de que había estado nutriéndome de contenido que apelaba a mi necesidad de control: videos de YouTube sobre eficiencia, estrategias para "controlar tu día", consejos para levantarse a las 5 de la mañana. Todo eso se volvió irrelevante cuando me enfrenté a una situación que excedía completamente mi capacidad de manejarla.
El orgen de nuestra obsesión
Mientras reflexionaba sobre mi crisis, comencé a investigar de dónde viene esta compulsión moderna por la productividad. Históricamente, podemos ver esta evolución en tres etapas principales:
Producción Agrícola: Antes, la productividad se centraba en la agricultura, con la meta de producir suficiente alimento para suplir las necesidades de la población. Los desarrollos tecnológicos permitían que un agricultor produjera para más personas - de 1.5 personas a miles.
Revolución Industrial (1790s): El diseño de maquinarias cambió las reglas del juego completamente. Los humanos se cansan, las máquinas no. De momento, la producción se disparó y el asunto de ser productivo se convirtió en una cuestión de cantidad: ¿cuánto puedes hacer?
Era Digital (Siglo XXI): Estamos en la era de la información donde la necesidad de producir se enfoca nuevamente en el individuo. Se esperaba que la tecnología nos ayudara a hacer más con menos, incluso que redujera la jornada laboral. Pero el resultado fue todo lo opuesto: se borraron las líneas entre trabajo y casa, y nos encontramos con una sociedad adicta al trabajo, sacrificando nuestra humanidad en el altar de la productividad.
Producción Agrícola: Antes, la productividad se centraba en la agricultura, con la meta de producir suficiente alimento para suplir las necesidades de la población. Los desarrollos tecnológicos permitían que un agricultor produjera para más personas - de 1.5 personas a miles.
Revolución Industrial (1790s): El diseño de maquinarias cambió las reglas del juego completamente. Los humanos se cansan, las máquinas no. De momento, la producción se disparó y el asunto de ser productivo se convirtió en una cuestión de cantidad: ¿cuánto puedes hacer?
Era Digital (Siglo XXI): Estamos en la era de la información donde la necesidad de producir se enfoca nuevamente en el individuo. Se esperaba que la tecnología nos ayudara a hacer más con menos, incluso que redujera la jornada laboral. Pero el resultado fue todo lo opuesto: se borraron las líneas entre trabajo y casa, y nos encontramos con una sociedad adicta al trabajo, sacrificando nuestra humanidad en el altar de la productividad.
La alternativa bíblica
Cuando acudí a la Biblia en busca de respuestas, me llamó la atención que desde Génesis hasta Apocalipsis, abundan las imágenes agrícolas. Adán y Eva fueron puestos en un jardín para labrar la tierra. Dios comenzó la liberación de Israel en una zarza ardiente. El Salmo 1 compara al justo con un árbol plantado junto a corrientes de agua. Jesús se llama a sí mismo "la vid verdadera."
Y aquí está la alternativa revolucionaria: en Génesis 1, cuando Dios crea al ser humano, los bendice diciéndoles "sean fructíferos." No "sean productivos" - sean fructíferos.
Y aquí está la alternativa revolucionaria: en Génesis 1, cuando Dios crea al ser humano, los bendice diciéndoles "sean fructíferos." No "sean productivos" - sean fructíferos.
La diferencia transformadora
La diferencia entre productividad y fructificación es monumental:
La productividad mantiene su fin constante de producir cada vez más, transgrediendo los límites de nuestra humanidad. Nos empuja a funcionar como máquinas que no conocen el descanso.
Ser fructífero honra el diseño de Dios. Reconoce que somos seres humanos creados a su imagen y semejanza, llamados a depender de Él. Como los árboles que dan fruto en su temporada, no máquinas programadas para producir 24/7.
El fruto bíblico tampoco se mide por cuántos proyectos completaste o cuántas almas ganaste. Se describe como amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza. Y ni siquiera es nuestro fruto - es el fruto del Espíritu Santo manifestándose a través de nosotros.
La productividad mantiene su fin constante de producir cada vez más, transgrediendo los límites de nuestra humanidad. Nos empuja a funcionar como máquinas que no conocen el descanso.
Ser fructífero honra el diseño de Dios. Reconoce que somos seres humanos creados a su imagen y semejanza, llamados a depender de Él. Como los árboles que dan fruto en su temporada, no máquinas programadas para producir 24/7.
El fruto bíblico tampoco se mide por cuántos proyectos completaste o cuántas almas ganaste. Se describe como amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza. Y ni siquiera es nuestro fruto - es el fruto del Espíritu Santo manifestándose a través de nosotros.
Las temporadas del alma
Uno de los conceptos que más me ha ayudado es entender que la vida del creyente tiene diferentes temporadas, como un péndulo que pasa por cuatro fases:
Cada temporada tiene su propósito. No tenemos que estar en producción constante. A veces Dios nos sienta en la silla de la poda - duele, pero es necesario para nuestro crecimiento.
- Descanso: Recordando de quién somos, no lo que producimos
- Productividad: Cuando el fruto fluye naturalmente, sin esfuerzo frenético
- Crecimiento: Echando raíces profundas, conociendo más a Dios
- Poda: Dios está quitando lo que estorba nuestro crecimiento
Cada temporada tiene su propósito. No tenemos que estar en producción constante. A veces Dios nos sienta en la silla de la poda - duele, pero es necesario para nuestro crecimiento.
Presencia que transforma
Actualmente trabajo en el Centro Comprensivo del Cáncer como parte del equipo de psicología. Diariamente me acerco a personas que enfrentan diagnósticos de etapas avanzadas, donde la muerte está tocando constantemente a la puerta. Como persona que luchaba con la productividad, mi instinto era querer sanar a toda esta gente de su ansiedad, tener resultados medibles.
Pero he aprendido algo revolucionario: lo mejor que puedo hacer por esa gente no es lo que hago, es quién soy en nombre de Cristo. En medio de su ansiedad, necesitan que yo sobrenaturalmente tenga paz. En medio de su desesperanza, necesitan ver el fruto del gozo y la esperanza genuina, no como algo hueco.
Pero he aprendido algo revolucionario: lo mejor que puedo hacer por esa gente no es lo que hago, es quién soy en nombre de Cristo. En medio de su ansiedad, necesitan que yo sobrenaturalmente tenga paz. En medio de su desesperanza, necesitan ver el fruto del gozo y la esperanza genuina, no como algo hueco.
Las preguntas que nos guían
Para ayudarnos en este proceso de identificar dónde el mundo ha infiltrado nuestros corazones, quiero compartir algunas preguntas que pueden ser herramientas útiles:
- ¿Qué valor del mundo me está dirigiendo en este momento?
- ¿Cuál es la historia que me estoy creyendo?
- ¿Qué necesidad fundamental de mi alma está tratando de suplir?
- ¿Qué nos dice el evangelio sobre esto?
- ¿Qué prácticas de Jesús me ayudan a encarnarlo?
Una invitación, no una carga
Quiero ser clara: esta reflexión no es otra tarea para tu lista de productividad espiritual. Es una invitación a reconocer que fuiste creado para algo más hermoso que la carrera frenética de hacer más y más.
Somos extranjeros y residentes temporales en un mundo que camina a un ritmo completamente diferente. No por quienes somos, sino por a quién le pertenecemos. Y esa pertenencia nos libera para caminar al ritmo del Reino, mostrando al mundo otra manera de vivir.
Como iglesia, como pueblo de Dios, no somos llamados a ser escapistas. Somos llamados a ser intencionales en caminar desde el Reino en este mundo que tanto necesita de Dios. Para que otros también puedan cantar de la bondad de nuestro Dios, para que vean en nuestra vida la gracia, la misericordia, la fidelidad de Dios.
Somos extranjeros y residentes temporales en un mundo que camina a un ritmo completamente diferente. No por quienes somos, sino por a quién le pertenecemos. Y esa pertenencia nos libera para caminar al ritmo del Reino, mostrando al mundo otra manera de vivir.
Como iglesia, como pueblo de Dios, no somos llamados a ser escapistas. Somos llamados a ser intencionales en caminar desde el Reino en este mundo que tanto necesita de Dios. Para que otros también puedan cantar de la bondad de nuestro Dios, para que vean en nuestra vida la gracia, la misericordia, la fidelidad de Dios.
¿En qué temporada estás?
Mientras cierro esta reflexión, te invito a preguntarte: ¿En qué temporada estoy? ¿Estoy creciendo, viendo cosas maravillosas en el nombre del Señor? ¿Estoy siendo podado, sintiendo que me cortan ramas que duelen pero que necesitan irse? ¿O quizás el Señor me está invitando a su descanso, recordándome que mi valor no está en lo que produzco sino en a quién pertenezco?
Sea cual sea tu temporada, recuerda que son temporeras. Y en cada una, Dios se mantiene siendo el mismo: el constante, el que sana, el que salva, el que redime, el que da paz, el que restaura.
Que podamos ser una presencia que causa preguntas en este mundo, una presencia que invita a la confrontación: "¿Por qué tú tienes paz cuando yo tengo ansiedad? ¿Por qué tú tienes gozo cuando yo siento desesperanza?" Y que podamos dar razón de nuestra fe, no por lo que hacemos, sino por quién somos en Cristo.
Sea cual sea tu temporada, recuerda que son temporeras. Y en cada una, Dios se mantiene siendo el mismo: el constante, el que sana, el que salva, el que redime, el que da paz, el que restaura.
Que podamos ser una presencia que causa preguntas en este mundo, una presencia que invita a la confrontación: "¿Por qué tú tienes paz cuando yo tengo ansiedad? ¿Por qué tú tienes gozo cuando yo siento desesperanza?" Y que podamos dar razón de nuestra fe, no por lo que hacemos, sino por quién somos en Cristo.
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